Lo que pensamos acerca del mundo y de la vida está mediados a través de nuestras creencias. Habitualmente, le damos un sentido a nuestras experiencias vitales, que luego transformamos criterios, y más tarde generalizamos, para dotar a nuestra psiquis de una estructura estabilizante.
Debido al desarrollo de nuestra mente simbólica cada ser humano tiene una manera particular de percibir el mundo. Construimos un mapa de realidad que funciona como un filtro interpretativo de las situaciones de vida. Es en base a esas interpretaciones que tomamos decisiones y desarrollamos comportamientos. Lo que pensamos acerca del mundo y de la vida está mediados a través de nuestras creencias. Habitualmente, le damos un sentido a nuestras experiencias vitales, que luego transformamos criterios, y más tarde generalizamos, para dotar a nuestra psiquis de una estructura estabilizante.
Es una forma de ordenar nuestra mente y de corregir las diferencias entre las vivencias y nuestro sistema de creencias. Las creencias se originan, fundamentalmente a través de nuestras experiencias de vida o a través de los condicionamientos culturales. Estos provienen de la educación familiar de origen o de los aprendizajes en instituciones educativas. Las creencias vinculan de manera arbitraria dos objetos determinados y en el lenguaje se evidencian en figuras metafóricas. Por ejemplo: “el casamiento es para toda la vida”, “el que nace torcido nunca se endereza”, “más vale malo conocido que bueno por conocer”, etc. Cuando llegamos a la edad adulta olvidamos porqué creemos en lo que creemos. Por eso, muchas creencias que fueron funcionales y positivas en una etapa de nuestra vida, o en un contexto determinado, se transforman en limitantes y nocivas cuando las situaciones de vida cambian. Estas creencias limitantes inconscientes siguen operando en nuestra psiquis, dirigiendo nuestros comportamientos. Incluso, muchas veces justificamos con elaboraciones mentales nuestros comportamientos incongruentes o incomprensibles. Las creencias limitantes nos inducen a percibir nuestras vivencias desde tres estados internos paralizantes:
- Desesperanza: en este estado interno creemos que no podemos alcanzar una meta deseada, sin tener en cuenta el valor de nuestras capacidades.
- Impotencia: en este estado interno creemos que un objetivo deseado es alcanzable, pero nos sentimos incapaces de lograrlo.
- Ausencia de mérito: en este estado interno creemos que no somos merecedores de alcanzar una meta por algo que somos o que hemos (o no hemos) hecho.
En un proceso terapéutico tendiente a flexibilizar o cambiar creencias, se reconfigura el vínculo entre los componentes de una creencia específica, tomando siempre en cuenta el contexto que la activa. Es el ambiente el que aporta el sentido de realidad de la creencia.
Iniciar un proceso terapéutico de cambio de creencias transforma nuestra manera de percibirnos (porque lo que creemos acerca de nosotros mismos, también es una creencia) y de percibir el mundo.
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